sábado, 15 de julio de 2017

Mr. Wines Tour: el lugar, las personas y algunas conclusiones (Parte I)


La mayoría de nosotros solemos disfrutar mucho del vino en diferentes momentos o circunstancias, acompañando la mesa diaria, el finde junto a algún menú particular o en acontecimientos más especiales. Lo probamos, y frente a él decimos lo más importante –“me gustó”, “no me gustó”– o, quizás más simple aún, disparamos un “maso”. Podemos profundizar un poco más y preguntar qué variedades de uvas lo componen, si tiene crianza especial o no, de qué zona de nuestro país proviene. Todo eso para retener en nuestra memoria su marca, y así repetirla, para luego recomendarla o no.
Cuando uno avanza en esa relación con el vino, las preguntas empiezan a multiplicarse, y es grande la satisfacción cuando uno comienza a encontrar respuestas y puede asociarlas de manera directa con aquello que está degustando. El tema es que por suerte esas preguntas nunca se acaban; al contrario, se siguen multiplicando. Algo así como “cuanto más entiendo, más descubro, y más placer me da”; al menos eso me pasó a mí.
Como siempre, vuelvo a repreguntar. Entonces aprovecho la visita de un productor a Buenos Aires para “bombardearlo” en un interrogatorio, y que me cuente sobre esa etiqueta que tanto disfruto, como si fuera un director de cine hablando sobre el guión, los actores o el backstage de su película; o tal vez como cuando el chef, además de presentarme su plato, me relata al detalle sobre el origen de cada uno de sus ingredientes. Ese dato tan preciso hace que pueda imaginarlo todo o casi todo, lo cual posiblemente termine justificando la belleza, el sabor, sus sutilezas o hasta incluso su valor.
Cuando uno se introduce en este mundo, tener la posibilidad de conocer el lugar de origen de donde provienen las uvas con que fue elaborado y charlar con quienes participaron o tomaron las decisiones de esa vinificación me completa una buena parte de la película. No digo “toda”, porque tenemos la suerte de que cada año fue, es o será diferente: así es cosecha tras cosecha. Por eso siempre seguiré necesitando de más tiempo, de más viajes, de más gente y lugares por conocer.
Hoy quiero comentarles sobre un viaje de cuatro días en Mendoza, puramente enófilo. Durante más de 14 horas diarias, charlamos con más de veinte productores, probamos más de 120 vinos y recorrimos una docena de fincas. Por supuesto, se me dispararon mil veces más las preguntas que hace 15 años, cuando tuve un momento de mi vida que equivocadamente creí entender algo sobre esta bebida maravillosa, que disfruto cada vez con más intensidad. A medida que uno avanza en edad y experiencia, empieza a disfrutar más a pleno cada momento, tal como ocurre en otros aspectos de nuestras vidas.
Como es habitual todos los años, en el marco del Mr. Wines Tour, junto a un grupo de “amigos muy interesados en el vino” –no hablaré de “enófilos” para evitar que piensen que es cerrado y super selecto–, viajamos a Mendoza con la idea exacta de estar full time visitando a productores sin discriminar en tamaño, aunque los más pequeños suelen ser siempre mayoría.





Por mi actividad laboral (aunque tranquilamente podría decir mi hobby), cargo con varios de estos viajes, que para cualquiera de los casos son lógicamente muy productivos, sobre todo porque me doy cuenta de que cada uno de ellos agudiza mi sensibilidad. No me refiero precisamente al acto de catar, mucho menos al de ser un profesional puntuador. Catar, en este sentido, sería como elegir “Miss Mundo” desde un panel sobre el costado de un escenario iluminado en un concurso de belleza internacional, donde conviven cientos o miles de personas de diferentes partes del planeta. ¿Esto se puede comparar a vivir una experiencia con alguien, cara a cara, más íntima, donde se abre la posibilidad hasta de generar una conexión luego de un sorbo de vino, una mirada, un silencio, en la pureza de un lugar único? ¿Puedo ponerle puntaje a ese momento? Sólo puedo vivirlo, disfrutarlo, relacionarlo y, como es mi caso, luego tratar de contarlo, aunque soy consciente de que nunca me alcanzarán las palabras. Cuando más profundos son los lazos que se generan, más difícil describirlos.
Es así como llego al punto que no puedo pensar en un vino que me gusta, sin pensar en quién lo hizo o de dónde proviene la uva con que fue elaborado. Por suerte entendí que calificar desde la platea es la parte más aburrida de toda la película, y que lo más jugoso es cuando me acerco a vivirla, aunque sea como un actor extra, pero efectivamente estar lo más cerca posible para no perderme detalle.


En el viejo mundo creo que poco se sabe de las personas que están detrás de cada etiqueta. Si bien cada día soy más defensor de que los vinos deben ser lo más representativos del lugar de donde provienen, porque sueño a ciegas poder descubrir dentro de una copa Agrelo, Lunlunta, Los Chacayes, El Cepillo, San Rafael, Chapadmalal o los Valles Calchaquíes, quisiera no perder nunca de vista la interpretación que cada hacedor puede hacer con la uva de esos lugares. No quedan dudas de que el aporte de ellos es fundamental, sobre todo para sumar a más diversidad. Lugar y personas, dos variables que, combinadas de manera sana y genuina, dan un resultado único y positivo.
Esta introducción algo extensa fue más que nada para que conozcan mi manera de pensar y el valor que le doy cada vez más a conocer a las personas y a involucrarse plenamente en lo que uno ama. No voy a dejar de mencionar cada una de las experiencias y compartir imágenes del viaje en una segunda entrada del blog, pero ahora –a continuación– opté por aportarles algunas conclusiones o conceptos más generales, lógicamente todo desde mi humilde opinión.
Con respecto a los vinos, no es novedad que desde algunos años venimos encontrando elaboraciones que han bajado en concentración, en sobremaduración y en uso de la madera, cada vez más moderado. En un principio, lo observamos en los proyectos más chicos, seguramente con intensiones de distinguirse mostrando el lugar; sin embargo, la misma tendencia también se fue trasladando poco a poco a los más grandes y masivos.


Cada día estoy más convencido de que muchas de las tendencias suelen nacer en los proyectos más pequeños, y a medida que van siendo aceptadas por los consumidores, se van expandiendo. Eso es bueno: el chico tiene más chance para jugar, con resultados más rápidos; cosecha a cosecha se pueden reacomodar mucho más rápidamente, a diferencia del que elabora cientos de miles o millones de litros.




Sabemos que también comenzaron a tomar protagonismo los vinos de perfiles más calcáreos, de pronunciada acidez, con esos tonos aromáticos que recuerdan más a aromas frescos minerales que a fruta dulce madura. No lo digo exclusivamente por el viaje, sino que es algo que vengo observando en el último tiempo en el mercado. En lo personal, me encantan esos vinos, pero, cuidado: no sea cosa que así como alguna vez se pusieron de moda los vinos pesados y con roble nuevo, ahora nos vayamos completamente para el otro lado, y el único camino sean los filosos y eléctricos. Equilibrio ante todo: evolucionar, crecer, mejorar, adaptarse a los tiempos que corren, pero sin traicionar el estilo personal y, en lo posible, ser francos con uno mismo y el lugar. Esta última variable marca la diferencia, y no hay que desaprovecharla.
En los pocos vinos que pudimos probar de la cosecha 2017 se percibió la buena maduración polifenólica que algunos productores señalaron; esto tuvo que ver con altas temperaturas en el verano y con un rendimiento natural más bajo. Vinos con buena carga, tanto en boca como en su aspecto y color, de buena acidez, taninos y alcohol. Todos los atributos con generosidad y en equilibrio; en algunos puntos en contraposición a lo que fue la 2016, que dio caldos un poco más livianos, ligeros, de exaltada frescura. No tiene nada de malo percibir esa diferencia en la misma etiqueta de un año a otro. Todo lo contrario: los productores dejaron que se expresaran las cosechas, y eso habla, en muchos casos, de que optaron por no ocultar. Enmascarar es estandarizar. Venimos resaltando que ese no es el camino. Como consumidor, reconocer las características de cada año me ayudará mañana a decidir qué vino elegir para cada momento, para guardar, beber joven, recomendar, etc.




Mientras durante muchos años se plantó malbec y más malbec, y paralelamente a ello se iba cometiendo el crimen de eliminar antiguas plantas con otras variedades, porque parecía que lo único que podíamos hacer era vender y beber malbec, desde hace un tiempo se están volviendo a plantar otras variedades de cepas, algunas con nombres de lo más inimaginables. De hecho, varias de las que tuve oportunidad de probar nunca las había escuchado mencionar. Cuánta riqueza por explorar, cuánto patrimonio perdimos por moda; espero que haya servido de experiencia y no nos vuelva a suceder algo similar.
A diferencia de otras épocas, en las visitas ya no se muestran tanto las salas de barricas como si fueran el capital más valioso de la bodega, o lo más bello. Hoy se pone la mayoría del foco en la finca, en el suelo, y en entender cómo éste se traduce en la copa. En cada región, en cada micro región, en cada parcela, en cada hilera; así de fino es el tema para algunos. Atención: esto recién empieza; los resultados se irán viendo con mayor nitidez a medida que pasen los años. El hombre y el lugar empiezan a relacionarse como nunca antes lo habían hecho; los años, las décadas contribuirán a un mejor entendimiento del terroir.


En este punto, se me mezcla una doble sensación personal. Por un lado, cierta tristeza ante la gran media de los consumidores, que siguen eligiendo únicamente por marca/oferta, y aún están muy lejos de todo esto que estoy comentando. Por otro, la felicidad de poder ser testigo de este proceso, de este cambio que no me quedan dudas de que marcará un antes y un después en nuestra viticultura.

También es constante la búsqueda de nuevos lugares para el cultivo de la vid; seguir subiendo en dirección a la cordillera, donde la combinación de altura, clima extremo, más los diversos suelos que se pueden encontrar en esas formaciones de millones años, pueden generar un cóctel de aromas, sabores y texturas nuevos, muy valioso para seguir descubriendo, profundizando y diferenciándose. En este viaje tuve la sensación de que nuestra geografía es infinita por explorar. Es cuestión de tiempo y de importantes inversiones a muy largo plazo, sobre todo; profesionales capacitados con muchas ganas de descubrir hay de sobra.



Por otra parte, cada vez se valora más que los viñedos sean manejados de la manera más natural posible; además de lo orgánico, algunos empiezan a optar por prácticas biodinámicas. No es que éstas impacten directamente en la calidad del vino, pero sí en propiciar suelos con más nutrientes y, por ende, uvas menos propensas a enfermedades. Algo así como crear las condiciones ideales para que las plantas se desarrollen más sanas, sobre todo en búsqueda de un equilibrio natural.
Algo muy valioso también fue charlar con diferentes productores y darme cuenta de que cada uno tiene su propio “librito”, y que lo sigue a rajatabla. Me encanta cuando defienden y justifican su elección, totalmente convencidos del camino que eligieron para su elaboración, aunque el vecino o aquel colega quizás más exitoso comercialmente vaya por otro. Destaco esto porque recuerdo una época en la que el discurso era muchas veces bastante similar. Hoy por suerte esto no ocurre; y es allí cuando uno encuentra franca relación entre el discurso, el lugar y los vinos, y así podemos tener estilos tan diferentes entre sí. Por ello es que al principio destaqué la importancia de este viaje para poder conocer a cada uno un poco más a fondo.
Productores que conducen diferentes proyectos, y tienen la claridad para que se diferencien bien entre ellos, intentando seguir un estilo, un concepto, y al mismo tiempo sin tener que traicionar el propio. Suena contradictorio, pero no lo es. Imagínense un virtuoso de la guitarra interpretando diferentes géneros; puedo disfrutar de todos, porque me gusta o mejor dicho valoro la música cuando es tocada con calidad, aunque el ritmo pueda ser mi preferido o no.
Uno de los encuentros del Mr. Wines Tour fue en Casa Vigil, previo a una cena. En un principio iba a ser junto a tres pequeños productores, más que nada para probar primicias; pero, al enterarse algunos de sus pares de esta juntada, nadie quiso perdérsela. Así, lo que pensábamos que sería una cata de seis o siete vinos, terminó siendo de 34 etiquetas, repartidas entre diez pequeños productores que orgullosamente dijeron presente. Cuánta alegría se vivió mostrando cada uno su proyecto, compartiendo, opinando, hablando de lugares, de búsquedas, de proyectar juntos: camaradería, inquietud, pasión al mil, cero celos. ¿Se dan cuenta de cuánto potencial tenemos? Estos tipos, la mayoría bastantes jóvenes, no discriminan en cepas, ni en estilos, ni en zona; tal es el caso de algunos de ellos que vinifican partes de sus elaboraciones en el Este mendocino, quienes demostraron su indignación hacia las bodegas más grandes que cada vez más se ocupan de asociar a esa región con el volumen y la baja calidad, y no valorar el patrimonio de algunas cepas muy antiguas. Por lo tanto, si bien para la mayoría el Valle de Uco parece ser la gran vedette, son jóvenes y muy pequeños productores quienes se están ocupando de rescatar aquellas viejas fincas en otras zonas cada vez más olvidadas, y mostrar lo mejor de ellas.



Ellos apuestan a blancos de calidad, pero con otro vuelo, sin apoyarse tanto en la madera, sino más bien en el trabajo de finca, en las tareas en la elaboración (trabajos con lías, pieles, métodos más o menos oxidativos, maceraciones, crianza biológica, etc.) o en la combinación de cepas con diversas características por variatabilidad, momentos de cosecha, o bien porque al provenir de distintos lugares cuentan con diferentes atributos o características. Recuerden la época en que “alta gama” era sinónimo de cantidad de roble; los blancos eran “chardos” untuosos monótonos con aromas a tostados, pocos eran los que podían distinguirse. Hoy el foco se está poniendo en otro lado, por suerte.




Ahora aporto mi experiencia como comercial también. Hay un público que está empezando a valorar mucho estos blancos nuevos que les detallé, y está dispuesto a pagar por ellos tanto como por un tinto de alta gama. Además empieza a ser seducido por la complejidad que puedan adquirir con las medianas y largas guardas. En este punto, aprovecho para hacer una alerta en el tema precios: están ingresando cada vez más vinos importados de diferentes regiones del mundo y de diversas categorías, y para este consumidor que describo, estas etiquetas que cada día son más también cuentan al momento de su elección.
Los asesores internacionales son cada vez menos protagonistas. Evidentemente, nadie mejor que el viticultor local para seguir el desarrollo de la planta durante los 365 días del año. Cada vez se los ve más convencidos de que la base de todo está allí, en su cuidado preciso, en entenderla para obtener de ella lo mejor año a año y de la manera más natural. Aparentemente, el resto después va casi solo.
Algo que ya percibo, pero que me gustaría encontrar más, es que cuando una bodega tiene vinos de dos o tres gamas diferentes, no tenga sólo que apoyarse en cosechar más tarde y usar más madera para el salto cualitativo; se puede ganar en complejidad sin necesariamente apoyarse en la cantidad. Imagino que no es nada sencillo para un productor, como tampoco será fácil para un consumidor comprender o entender que más no es siempre sinónimo de calidad. Si precisamente el camino que estamos buscando es diferenciarse por la sutileza que puede aportar un terroir, eso nunca se podrá distinguir con más concentración. Aquí tenemos que apoyar también mucho quienes comunicamos y vendemos; es un trabajo en conjunto, como la mayoría de las cosas que vengo enumerando, es importante que siempre vayan acompañadas de una buena comunicación, mediante catas o de manera instantánea, simple y directa en redes sociales.
Cuando termina cada viaje, tengo siempre la misma sensación: por el nivel y la experiencia en general, será muy difícil de igualar o superar. Sin embargo, como cada experiencia es única, ocurre que siempre regreso igual de sorprendido, entusiasmado y con la ansiedad de que el tiempo transcurra rápido para ver pronto los resultados de lo que tuvimos la oportunidad de probar en primicia. Comento esto y recuerdo que fueron varios los productores que en el transcurso del viaje –medio en broma, medio en serio– me decían que yo soy muy ansioso, y que en la vitivinicultura se requiere de mucho tiempo, porque los resultados son a largo plazo. Imaginen que de la uva que cosecharon en esta vendimia se verá el vino en un par de años, y luego se necesitarán un par de años más para ajustar las prácticas y así buscar la excelencia. Entender y tratar de mejorar, eso en repetidos e infinitos pasos.



Soy fanático, y seguramente como seguiré sin controlar mi ansiedad, no aguantaré un año para otro tour. Antes que termine el 2017 allí estaré, nuevamente en el lugar, con las personas. Quiero seguir viviendo esa maravillosa película del vino, aunque sea como el último extra.

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