jueves, 3 de mayo de 2018

"Historias simpáticas detrás del momento justo"


Quienes somos amantes del vino, además de disfrutar de beberlo joven, también solemos comprar alguna que otra botella para guardarla ya que una de las cosas más lindas para un enófilo es ver la evolución, en el transcurso del tiempo, que va teniendo ese vino que tanto vamos atesorando.



Si a esta costumbre, cada vez es más habitual entre los fanáticos, le sumamos que cada día nuestro mercado ofrece más variedad de etiquetas a través de diversos tipos de proyectos, que van desde una pequeña partida de 300 botellas que hace un productor de garaje, hasta las decenas de miles que puede tener una bodega de las grandes en cada una de sus líneas, la cava o el espacio destinado para guardar el vino tendrá que ampliarse al ritmo de las oportunidades de compra, l
ógicamente siempre que la billetera lo permita.

Hace cerca de veinte años que transito este mundo tan lindo del vino, de hecho buena parte de mis amigos y relaciones están dentro de él, y hay cientos de historias de catas, momentos, viajes, los cuales muchas veces trato de compartir en alguna nota en el blog o personalmente con quien ya tengo oportunidad de recibir en la cueva. 

Pero hay otras historias que muchos de quienes estamos tan enganchados con el vino tenemos en común pero por pudor, o vaya a saber que, muchas veces evitamos contar. 

Estas historias tienen más que ver con el momento o la forma en que adquirimos nuestros vinos y cuánto es lo que realmente blanqueamos entre nuestros seres más cercanos (se entiende por blanquear cuánto pagamos por ellos). 

Pensando en esta nota compilé diferentes anécdotas aportadas por los propios protagonistas.

Imaginen que para lograr esos testimonios necesité garantizar que los mismos no irían acompañados de los nombres reales ya que, lógicamente, muchas historias comienzan en la vinoteca.

“cuando mi señora me acompaña a la vinoteca - e intenta bajar del auto -suelo sugerirle que me espere allí: mirá que hago rápido, en la vinoteca te aburrís, yo regreso enseguida - le digo mientras tomo la chequera y la guardo en la campera”.

Esta es una de las escenas que me comenta "Sergio" cuyo colmo mayor es que viaja 50 Km para ir hasta ésa vinoteca especializada y en algunos de esos viajes, para que se le haga más ameno el trayecto, su pareja lo suele acompañar.

Pero hay otros que si bien fueron solos y sólo para hacer una compra regular, llegaron justo al comienzo de una degustación y se metieron en un temita familiar.

Por ejemplo Javier que cuenta que un sábado temprano salió de su casa para buscar solamente una botella de vino, ya que su mujer prepararía especialmente unos ravioles con estofado para el almuerzo y quería alguna etiqueta para acompañarlos, y terminó llegando cuando las raciones de pasta ya se habían terminado. No quiso detallar los reclamos al momento de ingresar a su casa pero eso sí, fue precavido en comprar botellas para toda la semana.



También está Miguel que en una situación similar se había olvidado que tenía reserva junto a su familia en una de las mejores parrillas de Buenos Aires. Todavía recuerdo a su esposa e hijas, que algo asustadas porque que no respondía las llamadas al celular, se acercaron hasta el local en medio de una concurrida cata - pobre - bien colorado se puso cuando su familia interrumpió la misma, en la que tan compenetrado estaba.

Hasta un niño es participe de una historia ya que le hizo un interesante planteo a su padre Marcelo quien me cuenta: “luego de una visita junto a mi familia a la bodega de Carmelo Patti, donde entre otros vinos me compré una caja de Assemblage, antes de retirarme le pedí que me firmara una botella. Ya de regreso y en el auto, mi hijo que en ese momento tenía 5 años, me pregunta porque le había pedido a ese señor que me firme una botella; le aclaro que - ese señor es un productor de vinos muy reconocido, y para un coleccionista esa botella en 20 años podría llegar a valer mucho dinero - muy interesado el niño, pero con mucho más énfasis le vuelve a preguntar: y si es así porque no lo hiciste firmar las seis?”.

Para los que evitan la vinoteca eligiendo el servicio de entrega a domicilio tampoco se les hace tan simple ya que recuerdo a alguien que en el momento de una entrega, en el hall de un moderno edificio en la zona de Recoleta,  me recibe con gestos, murmullos al oído y guiños indescifrables, claro, resulta que intentaba decirme que me ubicara en otro ángulo ya que no quería que su mujer pudiera ver cuánto dinero le daba a través de la cámara del edificio.

Mucho más paranoico aún fue aquel que dividía su pedido mensual en tres canales de comunicación diferentes, repartido entre mail, whatsapp y llamada telefónica, obviamente sin aclarar precios, sólo le faltaba pedir que hablara en clave por miedo a que el teléfono estuviera pinchado.

Pero también ocurren historias jugosas en cada casa y estas tienen que ver cuando se empieza a ocupar más espacio extra para asegurar la guarda de las botellas, las cuales en un principio se evitan blanquear, hasta que llega un momento en el que se hace insostenible disimular las cantidades y allí también hay algunos relatos interesantes.

Por ejemplo está ese que reconoce que no gasta tanto pero sí que su departamento es muy pequeño y el día que la conservadora quedó chica empezó a guardar vinos debajo de la cama en esas cajas planas de seis botellas. No faltó mucho para que, al momento de limpiar, su pareja descubriera el botín y pasara a contar entre el stock blanqueado.

Otro, con mayor ventaja ya que vive en una casa, me comentó que sigue manteniendo el sistema "doble cava", es decir, una declarada y otra en negro, esta última la ubica en una pieza que está en el fondo de su casa.

Y amplía: “Utilizo la técnica de contrabando hormiga para ingresar las botellas al fondo ya que no siempre es sencillo; he llegado a introducirlas mezcladas entre la ropa de fútbol cuando volvía de los partidos. O alguna vez también aprovechar la compra de algún electrodoméstico y utilizar su caja al mejor estilo Caballo de Troya".  

Roberto, serio y más preciso, desarrolla su caso: “cuando uno va creciendo como consumidor empieza a buscar vinos con otras características y que lógicamente tienen valores cada vez mayores, aunque nunca necesité aclarar demasiado ese tema con mi mujer, sí se me complicó el día que empecé a ocupar diferentes rincones de la casa porque en la cava ya no entraba más una botella; y lo que me quedaba pendiente era en un mueble debajo del televisor, hasta que se rompió una botella de tinto salteño, de esos bien concentrados, en el living y manchó toda la alfombra de piel blanca (…)”

“empecé a blanquear más en serio esto de guardar y, sobre todo, explicándole a mi pareja la importancia que tiene la misma para determinado tipo de vinos”.

Otro profesional del buen beber y obviamente de la compra amplió y profundizó más en su respuesta: “comprar vinos no es una cosa simple ya que lleva mucho tiempo el entender el propio paladar para saber qué comprar y más tiempo aún cuesta el encontrar al vendedor que te recomiende lo que te hace feliz a vos y no a su bolsillo, pero más difícil aún es el poder ingresar la compra a casa sin que eso signifique un divorcio por la suma gastada mes tras mes”. 

La ingeniería dista de ser simple o una ligera mentira. Es una operatoria digna de agente secreto en película de acción. Compras con cuentas paralelas o dinero en negro (no me refiero a la AFIP, si no al conocimiento hogareño), amigos que te guardan los vinos en su casa hasta el día que tu mujer sale con las amigas y llegás con el auto cargado cual flete, arrastrando el culo para meter las cajas en la cava y que pasen desapercibidas, o llegar con una caja que se supone que es para tu amigo y al otro día te la llevás, vacía, para que quede en claro que esa caja no era tuya.

Claro que la mejor manera de ingreso siempre fueron los asados multitudinarios, esos donde te traen los vinos que estuviste comprando por semanas y entran mezclados con los tubos que serán ajusticiados en la reunión.

Siempre puede fallar pero suele ser la opción más sincera. El vino es nuestra bebida nacional, pero el comprarlo es un deporte de riesgo que hace de nuestros vinos una aventura maravillosa de ser vivida.

No faltaron los que me dijeron que no tienen la necesidad de dar explicaciones pero si reconocen que les terminaron complicando la vida a algunos amigos. Ahí me acordé de un vecino y amigo que metí al mundo del vino. 

Él no solía tomar vino cotidianamente y compraba siempre en los chinos, se tomaba un Trumpeter o un Luigi Bosca Reserva y los disfrutaba de sobremanera e incluso sabía explicar las diferencias, entonces me di cuenta que paladar tenía y sólo le faltaba instrucción.

La primera vez le regalé un Amauta Malbec, y le dije "voy a hacer que te guste el vino de verdad, pero andá pidiendo un aumento de sueldo porque es un camino de ida". Desde ahí que nunca más paró, y dentro de sus posibilidades, hoy toma buenos vinos de forma cotidiana. 

En los primeros momentos del cambio, cuando yo le llevaba las botellas, le decía a la señora que se las regalaba porque estaba promocionando unos vinos que mi hermano vendía. Con el tiempo le fue diciendo que empezó a comprar algunos, lógicamente sin hacer demasiada mención a los precios, y actualmente además de llevar todo bien blanqueado se lo ve muy feliz compartiendo junto a su esposa el nuevo mundo que descubrió. 

Las reuniones también son testigo de algunos momentos se zozobra.

Así Jorge tiene siempre a mano una respuesta preparada para el momento social y le da buenos resultados: “muchos amigos, familiares o conocidos que no están en el tema vinos venían a casa, descorchábamos alguna botella y después del "que rico vino" preguntaban indefectiblemente “Cuánto cuesta?” a lo que yo respondía honestamente su precio. Lamentablemente para los que no tienen "el bichito del vino" como tiene uno, es realmente incomprensible que uno pueda gastar $500, $1000 o más en un tubo. Te miran con cara de "estas loco"?! o lo que es peor: de que te la das?? y nada más lejos de esto último.

Por eso con el tiempo aprendí que cuando abro botellas determinadas, ante este tipo de personas, y viene la pregunta de rigor, mi respuesta es "No tengo idea, es un regalo"

“En una caja de Cheval 2005 escribí una frase que todo enófilo casado debería firmar al pie:

"Amor: No vendas mis vinos por el precio que yo te dije que los pagué"
Con ese mensaje para sus pares Jorge concluye su relato.


También en situación social similar Charly confiesa otra operatoria: “en todas las reuniones los vinos siempre los elijo yo, y no importa que seamos 4 o 20 y tomemos 1 o 15 botellas, siempre el costo por persona es de 200 pesos. Todos saben que les miento, pero prefiero absorber la diferencia del gasto ya que si les dijera cuanto deben poner cada uno me dejarían de invitar o lo que es peor permitirme elegirlos. Para mi es imposible disfrutar un vino a solas, y tampoco me parece lógico que el resto deba pagar el costo de mi gusto, por eso desde hace un tiempo decidí hacer así, y a pesar de que muchas veces se ríen y me cargan por mi fanatismo, no me importa, me da mucho placer compartir mis elegidos con ellos”.

Necesité mostrar estas historias simpáticas para llegar a lo que creo es la parte de la nota que más me interesa.
Seguramente la mayoría tenemos algún hobbie; coleccionar y/o invertir en lo que pocos o nadie estaría dispuesto a hacerlo, con el único justificativo que simplemente es porque es el gusto de uno, aquello que nos llena verdaderamente.

Ahora volviendo al nuestro, que claramente es el vino, que es ese que compramos especialmente siempre pensando en compartir, porque nadie que adquiera aquella botella tan preciada lo hará para descorcharla sólo, y eso lo garantizo. 

Quizá sin saberlo, y qué suerte que tenés vos, capaz todavía no te pico ese bichito del vino que comentaba Jorge, pero tal vez algunos de los protagonistas de los relatos anteriores te hizo recordar a algún amigo, ser querido o alguien bien cercano. Te voy a contar algo que estoy seguro que no sabés. El mayor deseo de esa persona es que vos disfrutes de los vinos tanto o más que él; ese fanático, loco, enófilo, que podes llamar como quieras, bebe, se emociona, disfruta frente a una copa, pero mucho más fuerte que ese disfrute es cuando la botella que eligió para descorchar cautiva, encanta y enamora a las personas con quienes la comparte.

Si bebés vino pero el vino todavía no es tan importante en tu vida quedate tranquilo, porque él es tan generoso que siempre estará allí dejándose disfrutar, en el momento y de la manera que vos elijas, como te sientas más cómodo, sin cuestionarte nada y seguro, mientras pasan los años, vas a ir aprendiendo a descubrirlo sorbo a sorbo. Mientras que habrá alguien, no muy lejos, que siempre estará atento y ocupándose de juntar esas botellas tan especiales para mimarlas y, algunas veces, hasta utilizando algún "Caballo de Troya" para que lleguen su cava y así esperar con mucha paciencia que coincida el momento justo de esa botella con el momento justo, ideal, para que mejor la disfrutes vos, y así nada podrá fallar.

(*)Las imágenes son compilados de fotos precisamente de las cavas de algunos de los amigos que nos brindaron testimonio.




2 comentarios:

  1. Excelente nota y excelente mensaje!
    Como me veo identificado y como me he reído! jajajaja
    Abrazo

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  2. Muy buena nota MUSU! En mi caso los vinos que compro siempre valen 100 o 150 mangos! jeje
    Salute

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